Emprendiendo un viaje por polvorientos caminos literarios

lunes, 24 de abril de 2017

Concurso de Zenda: "Historias de Libros"

Éste es el relato que he presentado al concurso de Zenda "Historias de Libros":


Palabras

En mi pueblo llueven palabras. Vas paseando por la calle y, si te fijas, ves algo extraño que acompaña a las hojas de los chopos en su suave caer. Se trata de una almohadilla hinchable, como las que te ofrecen en los aviones para que tu cuello no se resienta cuando el sueño te vence en esos asientos infames. Una almohadilla que no tiene contornos rectos, sino que presenta todas las curvas y recovecos necesarios para representar una palabra. “Barco”, por ejemplo, fue la primera que me encontré de pequeño, cuando jugaba al fútbol en el solar detrás del cementerio.

Debería ser más preciso ya que ni las palabras surgen siempre mecidas por el viento ni todas ellas se materializan como artilugios inflables. En casa de mis padres, al menos una vez al año, te topas con una nueva: debajo de la mesa camilla, tras un armario, en la bañera… Y eso les ocurre a todos los vecinos, sin excepción. Las formas y materiales en los que cobran vida son diversos. Yo he visto palabras recortadas en hojas de papel, moldeadas en trozos de gomaespuma, en golosinas, en panes… Además, cada década, un acontecimiento conmociona al pueblo. De la noche a la mañana un seto aparece podado formando la palabra “pues”. O a un lado de la carretera de entrada a la villa alguien ha colocado una piedra enorme cincelada para que se pueda leer: “sacó”. Nunca llegamos a saber quién o quiénes están detrás de estos sucesos.

Los lugareños estamos acostumbrados. Esto es habitual desde hace muchísimo tiempo. De abuelos a nietos, a lo largo de muchas generaciones, se han transmitido historias antiguas, de la época de Napoleón o incluso anteriores, que narran las apariciones más asombrosas. Una nube que delineaba la palabra “blanco” en cursivas, una bandada de pájaros en la que se distinguía “trote”, o un campo segado como si alguien hubiera escrito “desde aquí”. Son anécdotas legendarias, pero nadie duda de su veracidad. Hay coleccionistas de palabras que incluso pagan dinero a otros paisanos para que les cedan las que van hallando. José, el panadero, dice que tiene en su poder más de tres mil, y que todas las noches se dedica a componer frases con ellas, para tratar de encontrarle sentido a este prodigio que lleva siglos encerrado en nuestro pueblo.

Porque nosotros no hablamos de esto con los de fuera, ni siquiera con los de las aldeas cercanas. Es una ley no escrita que cumplimos con rigurosidad incluso en estos días de conexiones globales e información inmediata. Además, cuando hay forasteros merodeando nunca pasa nada, es como si el fenómeno se protegiese a sí mismo. Yo ya no vivo en el pueblo pero, siempre que regreso para visitar a mis padres, me alegra comprobar que el ambiente que se respira en sus calles no cambia, que esas palabras nos han moldeado también a nosotros, que somos gentes alegres y orgullosas de esta singularidad que nos caracteriza. Me parece que nos ha hecho mejores, más atentos a nuestro maravilloso idioma y a la cultura en general. El ayuntamiento organiza multitud de exposiciones, ferias teatrales o conciertos y, por las calles, incluso las personas más humildes llevan un libro debajo del brazo. Se improvisan tertulias en los bares, que no tratan acerca de las cualidades futbolísticas de Messi y Ronaldo, sino sobre los literatos clásicos o la comparación entre las distintas generaciones de escritores españoles. Es como si existiéramos en un plano distinto, fuera del mundo actual.

Pero no todo es idílico, o al menos no es idílico para mí. Desde que me fui a la ciudad crece en mí una duda, una preocupación que sólo se mitiga cuando vuelvo allí, a mis raíces. Por cómo es mi pueblo, con sus casas antiguas, sus eras, sus campos, sus caminos o sus molinos, pienso que, por algún extraño conjuro, no somos otra cosa que aquel lugar de la Mancha del que Cervantes no quiso acordarse, y que, cuando nadie nos lea, desapareceremos sin dejar rastro.

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"Nunca es tarde si la dicha es buena"... y menos para escribir. Recién cumplidos los 40 me animé a dar mis primeros pasos en esta aventura, y aquí los comparto con vosotros.
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